Hoy me siento a escribir para procesar, como dice Adli Cordero de Matertransmutar, “escribimos para sanar”. Quiero apalabrar lo que en mi cabeza lleva dando vueltas hace tiempo y compartirlo por si a alguien más le hace sentido, el PSTD de María lo procesamos como un trauma complejo e interpersonal.
A cinco años del huracán, inicio compartiéndote cinco memorias:
- El silencio… Por primera vez estuve consciente de un silencio colectivo antes que llegarán los vientos y la lluvia. El silencio que reflejaba el miedo y la incertidumbre ante lo que venía. He vivido otras tormentas y huracanes, pero nunca me había percatado de ese particular silencio.
- La incertidumbre… Recuerdo los turnos que tomaba con mi esposo para limpiar el agua que entraba por las ventanas y debajo de la puerta. Esa sensación de acercarme con miedo a las ventanas porque sabía que estaba pasando un huracán, pero no sabía cuando llegaría la próxima ráfaga que nos pudiera hacer daño. La incertidumbre de los meses sin luz, sin estabilidad laboral y del futuro en general.
- La desesperación… Ver que mi mamá llegara a mi casa luego de abandonar su turno en el hospital porque Levittown, donde vivían mis hermanos, cuñada y sobrino, estaba inundado. La desesperación de no tener comunicación, de no saber dónde estaban, de esperar en el parking de Home Depot y no verles llegar. La desesperación en los rostros de las personas que iban llegando, que lo perdieron todo y las otras personas, que como yo, queríamos encontrar a nuestra familia.
- El amor… Cuando Javi y yo intercambiamos los anillos ese 23 de septiembre que se supone fuera nuestra boda. El amor y gratitud de saber que mi familia estaba bien y nos teníamos. El amor que hizo más fuertes algunos lazos de amistad. El amor que nos motivó al trabajo voluntario y el que pudimos presenciar en las comunidades que logramos impactar.
- La desesperanza… Según pasaba el tiempo, a nivel colectivo e individual, un cambio en el estado de ánimo a raíz del constante aguante. El cansancio propio y de todo un país que estaba sobreviviendo. La desesperanza de no saber que más hacer y el recuerdo de las navidades más tristes. La desesperanza mezclada con coraje al encontrar vagones de agua y suministros que nunca llegaron a quien lo necesitaba. La desesperanza que cinco años después todavía siento cuando veo que no se prioriza la salud y bienestar de la gente.
No puedo dejar de pensar en el impacto en la salud mental y bienestar de todo un país cuando en cinco años no hemos oportunidad de comenzar a sanar. El huracán María en sí mismo fue un evento traumático para mucha gente. Sin embargo, el estado ya casi eterno de recuperación, en mi opinión, ha sido otra capa más del trauma que nos ha tocado procesar a nivel colectivo. Los aun presentes toldos azules en muchas casas, el duelo por la muerte de familiares, cada apagón y cada noticia de malversación de fondos fueron y son constantes recordatorios de que aún no nos hemos recuperado.
Aparte de una recuperación post-huracán que no se ha consumado, hemos vivido temblores en el área sur, una inestabilidad gubernamental que nos llevó a sacar a un gobernador, feminicidios, dos años de pandemia y ahora un huracán [Fiona] que como decimos de forma coloquial “le mete el dedo en la llaga”, haciendo más dolorosas las heridas que ya tenemos. Estos eventos tienen un doble impacto a nivel emocional para las personas que no solo sobrevivimos a los eventos, sino que respondemos a los mismos, ya sea por nuestro trabajo o de forma voluntaria.
En las redes sociales la gente comenta mucho sobre el “PTSD de María” y es válido. En la isla y en la diáspora el trauma es real. Lo podemos sentir en el cuerpo, en la falta de concentración, el mar de emociones y muchas otras señales que con frecuencia pasamos desapercibidas porque no hay tiempo de notarlas. Pero, no creo que estemos respondiendo solo al evento atmosférico, lo veo como muchas experiencias que conforman un trauma complejo. El trauma complejo es un conjunto de situaciones difíciles que se dan por mucho tiempo. La definición de libro explica que es "la experiencia múltiple, crónica y prolongada de eventos evolutivamente traumáticos, la mayoría de las veces de una naturaleza interpersonal" (Kolk y Courtois, 2005).
Hace poco, mientras estudiaba de mi certificación en TBRI, hubo una frase que me resonó en lo que se refiere a sobrellevar experiencias traumáticas fue “no es saber que estás segura, es sentirte segura”. Pero la reflexión a la que me lleva es, a nivel colectivo, ¿es posible sentir seguridad? Nuestro cerebro ha estado en estrés crónico por mucho tiempo por las situaciones que mencioné antes. Esto sin contar con nuestras vivencias y procesos personales que muchas veces pueden hacer más complicada esta respuesta. Esto pasa porque las experiencias traumáticas impactan nuestro cerebro y pueden provocar que se reaccione de forma más intensa a diversos estresores.
Por otro lado, hay otra manifestación de este trauma que se siente como un trauma interpersonal, lo que pienso que le añade otra capa de complejidad. Si imaginas al gobierno como un ente o persona, ¿Cómo se vería o que se siente? Yo lo imagino como una persona que tiene mucho poder y desde esa posición asume conductas que pueden sentirse como violencia y coerción. A raíz de esas violencias, hay personas que no pueden experimentar seguridad. Incluso personas con desesperanza que sienten que no tienen opciones, por ejemplo, de quedarse en su isla. A nivel interpersonal no solo se procesan las acciones o no acciones que nos han violentado, si no, que nos toca procesar, ser violentadas por un ente que se supone procure nuestro bienestar.
Frente a todo esto, el cuidado de la salud mental sigue secuestrado por el estigma. Socialmente, se invalidan todas aquellas reacciones emocionales que una pueda sentir porque “hay que seguir”. Se glorifica la resiliencia, que aunque es un tema que me apasiona, ciertamente se utiliza fuera de contexto. Pensar en esta maravillosa capacidad humana como una fuente ilimitada de resistencia ante toda adversidad, más que inspiración, promueve desconexión con tu ser. Creando la ilusión de funcionar al 100% aunque no estemos al 100%. Esta presión a su vez genera culpa por sentirnos incapaz de lograr ciertas cosas que nos exigimos mientras nos desconectamos de nuestra realidad, invalidando así nuestra propia experiencia.
La resiliencia es algo que al igual que se puede desarrollar, los golpes constantes la pueden desgastar. No significa que no seamos fuertes, es que hemos aguantado un montón. Siempre uso la metáfora de la resistencia física: Podemos tener la capacidad de aguantar un galón de agua y extender nuestro brazo hacia el lado, pero ¿Por cuánto tiempo? Posiblemente, no mucho, aun así nos exigimos como si pudiéramos. Siempre es más fácil verlo en el cuerpo, pero recordemos que somos cuerpo y mente en un constante intercambio. Por lo tanto, ambas partes requieren nuestra atención y cuidados.
Cierro esta reflexión recordándote y recordándome, que como país tenemos una historia de trauma colectivo que comenzó hace mucho más de cinco años. Pero que en los últimos años ha sido una herida abierta que no hemos tenido oportunidad de comenzar a trabajar. Sanar las experiencias traumáticas no es un proceso lineal e idéntico para todo el mundo. Es un proceso diferente para cada persona y van a haber momentos, como hoy, que se siente más incómodo que otras veces. Lo más importante es que puedas reconocer y aceptar esa incomodidad física o emocional, como parte del momento presente, para que puedas realizar aquello que te ayude a manejarlo. Identifica personas con las que te sientas segura y date la oportunidad de apalabrar tus experiencias, emociones y tu dolor, hay mucho poder en sanar en comunidad. Muévete, dibuja, escribe, habla o cualquier otra cosa que te permita ventilar y procesar. Honra todo aquello que te ha permitido sobrevivir, aunque ahora mismo no sea muy útil. No te niegues la oportunidad de buscar ayuda, créeme, hace la diferencia.
Si brindas algún tipo de servicio o acompañamiento ten en cuenta tres cosas:
- También eres una persona, se vale no estar bien el 100% del tiempo.
- Prioriza tu autocuidado, no puedes apoyar a nadie bien, si tú no estás bien.
- Posiblemente, las personas que estás acompañando han pasado mucho más de lo que pueden apalabrar. No minimices la experiencia de nadie “porque hay gente peor”. La empatía es útil, más no invalida la experiencia de cada persona.